Capítulo VI

Buenas tardes:

Ando aquí de bajón, tras tres días de frenética actividad, en la que no he parado. La razón de tal actividad no es sino la visita (tan esperada, tan ansiada) de Paloma, que me ha obligado a salir del letargo de la residencia y de las clases.

Antes, fuimos las chicas y yo a ver un piso, muy guay, muy pequeño y muy caro. Descartado. Sobre todo por un piso (crucemos los dedos, toquemos madera, echemos sal por encima del hombro) que nos ha contestado a nuestra solicitud. Tiene una pinta increíble, y es barato, muy barato. Ya os contaré si ha habido suerte.

Pero vayamos a lo importante. El jueves fui al aeropuerto de Charleroi, a recogerla, con cartel y toda la pesca. Y partimos a ver Lille, que aunque no puede compararse con su Florencia, también tiene cosas chachis. Hay una mercería (si, a priori un negocio no muy rentable, ¿verdad? pues tendríais que ver las colas y el gentío que había) hay un montón de cafés y bistrós y tiendas de chorraditas (de estas tiendas típicas de cosas de casa pero con diseño,  todo muy pop-art) Fuimos a tomar café, a ver una exposición de fotos

a pasear por las callejuelas del Vieux Lille, a ver las librerías (gran te-lo-dije de decepción de la Furet de Nord, la librería más grande de Europa Occidental)

a la Ópera (con asientos en el patio de butacas por llegar tarde, sitiazos. Lástima que no nos enteráramos de nada porque era en inglés antiguo y «subtitulada» en francés formal) a cenar por sitios tradicionales lilenses, a mi habitación, a comer, al parque de la citadelle a hacer un picnic, a hacer lentejas y tortilla de patatas, a beber vinazo, champaña y cervezas. Y casi en un suspiro, se ha vuelto a ir a Florencia. Y aquí me he quedado con la habitación vacía, ordenada y helada.                Tendré que devolverle la visita pronto.